Toca - Parte 2


Lee la primer parte aquí

No me gusta el transporte público. Nunca lo ha hecho.
Al menos el de este país no presenta ninguna comodidad. Maldito tercer mundo.
Ya hasta parezco un cliché de millennial quejándome de esta mierda.
Es este asiento con un respaldar del demonio que me saca de mí.
Literalmente.

No podía tomar un avión: esto es un escape repentino y mi presupuesto se ha despilfarrado en el tabaco y alcohol que mis fantasmas no paraban de exigirme desde que surgió esta crisis. Este viaje es para huir de ellos y de esos vicios que siempre los han acompañado. Ya lo estaba comenzando a hacer antes de subirme a este demoniaco bus, pero necesitaba quemarme por última vez frente a ella y causa de ella (después de todo era su cigarrillo).

No la perseguí al darme cuenta que se había ido. Prefería hundirme en el césped y representar mi realidad mientras oscurecía cada vez más. No me importó escribirle, aunque moría de ganas de saber si llegó bien a su casa. ¿Habrá llorado, golpeado alguna pared? Quizá maldijo al primer tipo que se le atravesó en la calle o a la vendedora ambulante de flores. Tal vez, solo se desparramó en su cama y viendo nostálgica la estrellas (no las del firmamento, sino las del techo de su casa) se quedó dormida y en sueños vivió una realidad en la que yo me esfumaba como la última colilla del tabaco que le robé.

A pesar de entender que no había amor verdadero de por medio, le seguía guardando un cariño especial, debía ser por el nivel de complicidad que compartíamos: en años no había tenido la suerte de encontrarme con algo así. Lo natural de una voz siempre encanta al oído de otro.

La incomodidad de este bus no puede con lo ligero al tacto y lo abrumador a la cabeza que resultan estos recuerdos, ¿será que me dejo dormir? No creo que entre cualquier imberbe a aprovecharse criminalmente de mi letargo. Hoy sí soy esterpario y no quiero a nadie a mis expensas. Para mi suerte, casi ningún alma se dirige a la frontera por el camino que toma este bus.

Me invade la sensación que brotaba al tomar su mano las pocas ocasiones que lo hice. Más por casualidad que por intención coqueta. Quizá ahí estaba la magia; en lo inesperado.

Otro suceso inesperado es que en una zona en la que habitualmente la señal se esfuma, como yo pretendo hacer tras este viaje, suene mi celular. Justo cuando quiero ponerme dormir. Ni cuando más recurro a ti, me puedes acolitar, maldito país tercermundista.

Contesto sin importar que sea un número desconocido y haya la posibilidad de que se trate de un teleoperador que ofrezca cualquier cosa menos algo que necesito. Al abrir la llamada, antes de siquiera poder tener la cordialidad de saludar, ella con voz suplicante pero decidida sentenció:
- Estoy en la siguiente parada. Baja en este instante que tenemos que hablar.
Tragué saliva. Esto rayaba lo absurdo. Ya estaba a medio camino. Estaba por lograrlo. Carajo.
- No tengo dinero para tomar otro bus, y no creo que tú tampoco- dije fingiendo desdén. Necesitaba alejarla.
- Bájate ya... - silencio y un pequeño sollozo - que a mí también me costó un montón llegar hasta acá.

Se cortó la llamada.
Otra vez se fue sin despedirse, pero esta vez no iba a perder la oportunidad de perseguirla.

(Cont).


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