Dos: la penúltima gran derrota


El partido está 0-0, no han pasado más de 5 minutos desde que inició, pero ese tiempo se siente como una eternidad a causa del sol de las 2 de la tarde. Hoy el equipo tiene más de una baja. ¿La más importante? Nuestro portero, imbatido en el torneo, viajó a Quito y hoy tenemos que improvisar en el arco con cualquier ofrecido de la plantilla.

Me están viendo fijamente 3 amigas, no sé si sea su intención o simplemente coincide que jugar como volante les da el ángulo perfecto para apoyarme. Tampoco puedo decir con seguridad si siquiera las 3 son mis amigas. Sería, no obstante, un poco soberbio decir que son mis fans. 
El tema es que el concepto de amistad es muy difuso hoy por hoy. Casi tanto como todo lo que pasa por mi volátil mente. Pero tengo que despertarme porque me acaban de regatear como 10 veces sin resistencia alguna, mientras pensaba en esto.

Corre, Jorge, corre.

Ya estamos en la mitad el primer tiempo y me llega un balón después de una gran jugada colectiva, me desmarco y quedo en buena posición para disparar aunque estoy fuera del área. Desviado, no por mucho, pero el arquero ni tiene que intervenir. No lo hace en lo que queda del tiempo inicial. No estamos jugando a buen ritmo y nos está costando ser punzantes. Más de lo que creíamos.

El exceso de confianza se nota todavía más cuando después de un rechazo bombeado de nuestro improvisado arquero, nos parten en la mitad de la cancha a punta de pases de primera y nos rematan sin problemas en el área. Única ocasión y gol. Final del primer tiempo marca el árbitro.

Ya me nos han dicho tantas veces que en la vida como en el fútbol, no se trata solo acercarse a la meta y acariciar el triunfo. Hay que llevar la pelota al objetivo.

Efectividad, Jorge, efectividad.

Me piden que salga al cambio para el segundo tiempo. Me frustra un poco, pero soy el que ha tenido la chance más clara del equipo y no he podido concretar. A apoyar desde el banco. El sol ya se ha diluido un poco, pero aún quema profundo. Por suerte nos quedan 2 meses antes de que inicie la época de humedad. Lo que sí comienza en este momento es el tiempo complementario.

La efectividad no mejora, de hecho, no hay forma de ser efectivos porque no estamos llegando a ninguna parte. En cuestión de 8 a 10 minutos nosotros hemos perdido la posesión en cada salida y el rival (por divina suerte) ha perdido en cambio las chances de anotarnos el segundo y tercer gol.

¿Por qué no entrenamos? Veníamos bien. Ganar hoy nos significa(ba) asegurarnos un 80% de la clasificación. Necesitamos por lo menos un empate. No puedo seguir solo alentando; las piernas de mis compañeros no responden a mis gritos. Le pido a uno de los centrales, claramente agotado, que me deje entrar en su lugar. Replanteo con el capitán, la alineación y nos ponemos en marcha para hacer un milagro en los 5 minutos que nos quedan. Sí, meter un solo gol en esta forma, es una obra del Espíritu Santo; voy pidiendo ayuda y voluntad al cielo, mientras entro nuevamente a la cancha.

El caos persiste y el equipo rival desperdicia otro gol.
Salimos jugando y me llega el balón. Intento el centro, pero sale defectuoso y la perdemos. La defensa rival no la rechaza y sale un poco lento. En un descuido la recupero y como último recurso, algo desesperado, disparo directo al arco (a 30 metros de distancia).
Palo. Luego rebota en el arquero y sale.

Carajo.

Paciencia, Jorge, paciencia.
Nos queda el córner.

Pero el árbitro pita, señala al centro del campo. Se acaba el partido.
Me acerco al técnico rival y lo saludo en son de felicitación. Hago lo mismo con el resto de su plantilla. Agradezco a mi equipo rápidamente, tomo agua, porque en la última jugada me he ahogado (y he estado al borde del vómito), me cambio la camiseta y me voy corriendo con las pocas energías que me han quedado.

Nadie comenta nada sobre mi apuro, tal vez piensan que estoy apremiado por la fiesta que organizaré esta noche. Pero no, en ese momento, eso poco y nada me interesa.

Cuando nadie me ve, camino lento cabizbajo, con un peso enorme sobre los hombros (y eso que no llevo casi nada en la mochila).

Duele, Jorge, duele.

Pero por alguna razón, estoy feliz de sentir algo. De que me importe después de ya un tiempo.
Estoy quizá de vuelta en el camino que buscaba.

Esta es mi penúltima gran derrota, porque siempre habrá una todavía más fuerte.
Y con ella también un Jorge más fuerte para ponerse de pie nuevamente.

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