¿Aún? - parte 2


Lee la primera parte aquí.

Mientras la última colilla se desprendía del mentolado de Mónica, un tipo se le acercó y la tomó del brazo. Reconocía el cigarrillo, porque yo solía fumarlos. De hecho, fue ella quien me pidió que dejara aquel vicio que le parecía antihigiénico y "acultural".

En principio, pensé que aquel sujeto de metro ochenta con chiva y con peinado copete era algún acosador que quería hacerle daño. Estuve a punto de correr y salir a defenderla, cuando de repente le pasmó un beso enorme. Los franceses estarían orgulloso de aquella técnica.


Esta vez sentí cómo una escaramuza se paseaba por mi cuerpo y me cosquilleaba las rodillas. Tanto así que me comenzaron a temblar.
No veía el momento de desplomarme.

Mónica volvió a posar sus ojos sobre mí y vi rechazo, pero no del que nace del "resentimiento", sino de aquel que existe por indiferencia, por quemimportismo. La mirada que un desconocido le regala a otro que hace estorbo en campo visual. Su deseo es que me perdiera para siempre con el horizonte.
Para ella yo había dejado de existir aquella tarde. Me quedó más que claro.

Sobreponiéndome al flaqueo de mis piernas, salí disparado de aquel parque y no pare hasta que una pareja de adolescentes se atravesaron en mi camino y me obligaron a esquivarlos. Perdí el equilibrio y en el suelo mis rodillas se liberaron al fin de ese cosquilleo infernal.

Al levantarme, repleto de nieve, me di cuenta que estaba frente a la entrada del bosque Hudson.
Ahí comenzó todo.
O quizá es el lugar donde puse punto final a esa historia que seguía negándome a contar.

En mi distracción, una ráfaga de viento había puesto a volar mi bufanda y cada vez que la intentaba recoger del suelo, otra ventisca se burlaba de mí y la alejaba más.
Sin darme cuenta (o apropósito), ya estaba adentrándome en el bosque y dejando que mi inconsciente me permitiera comprobar lo que nunca me atreví a descubrir.

Y como si el destino, el clima y mi vestimenta estuvieran dispuestas a confabular contra mí, vi caer mi bufanda sobre aquel arbusto. El mismo arbusto donde estaba la chaqueta que le regalé a Mónica.
La chaqueta a la que pertenecía ese pedazo de tela maltrecho que conservaba en mi armario.
La misma chaqueta que le regalé en nuestro primer aniversario y la que le pedí que siempre tuviera consigo a pesar de todo, porque quería que conservara una parte de mí.

Conocía tanto a Mónica, sus manías, sus juegos mentales, su amor por las pistas y el fetichismo, que el ver esa chaqueta en ese arbusto solo fue un declaración obvia de lo que ya presentía desde que en un correo anónimo me llegó el retazo de tela que le hacía falta a esa prenda.
También sabía que devolvería el regalo al mismo lugar donde había sufrido su primer percance.

Una tarde como la de hoy hace un año corrimos distraídos en este bosque, ella intentaba atraparme y en su afán, se enganchó con un arbusto (ese) y la chaqueta se agujereó y nuestro amor pronto con ella.

Yo sabía todo esto y me negaba a visitar el Hudson
y hacer añicos mi deseo de verte protegida del frío
bajo las fibras de aquella chaqueta.

Me preguntaba si:
¿Aún la vestías?
¿Aún recordabas por qué te la regalé?
¿Aún me querías junto a ti?
¿Aún...?

Tomé la chaqueta, me di media vuelta dejando atrás la bufanda.
Quizá si algún día, llegues a visitar este lugar, la encuentres
y te preguntes si aún pienso en ti y que si creo que
los detalles aún cuidan de nuestro amor.

Quizá aún te siga esperando, Mónica.
Quizá aún te siga amando.
Quizá solo quiera compartir un cigarrillo contigo.
Quizá solo me basta un beso.


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