Regresa, trae helado y dame un beso

Revisando las entradas de mi blog anterior, me di cuenta de algo muy peculiar: mis títulos. Caóticos, poéticos, muy sociales y conceptuales... menos uno. Y ese uno, que carecía de la esencia de los otros, es mi favorito. Es el título que estoy usando para esta primera entrada y espero que les guste.
       
Otro punto interesante de mi revisión fue notar el cambio en mi manera de escribir: siempre he tenido un estilo misterioso, que se anda por las ramas y que busca la libre interpretación. 
Sin embargo, el tiempo, la práctica, mis amigos y profesores me han enseñado que en la simpleza está realmente el arte de escribir y si bien sigo siendo profundo y prefiero escribir ficción más que géneros que involucren menos la fantasía, comprendí que hay otras formas de expresar la complejidad del mundo y que, a veces, hacerla tribal es mucho más poderoso y entretenido que relatarla cual clase de ciencias sociales.

Después de esta breve introducción, les dejo este primer título. Gracias por leerme


Regresa, trae helado y dame un beso

Hace ya casi año y medio, invite a esta chica a tomar helado: fue la invitación más inocente que alguna vez haya hecho, pero eso no le quitó el nerviosismo a la huevadilla (palabra que aprendí de una de mis mejores amigas) sino que me hizo volver a mi etapa de adolescente romanticón (cometí muchas estupideces en ese entonces, pero sentía que esto era diferente). Como sea, eso es lo de menos, esta no es la historia de esa chica; todavía no es momento de hablar de ella aquí. 

De hecho, lo cómico estaba en que era la situación más casual del mundo. No podría siquiera haberse llamado una cita: no hubo preparación previa, no existió historial de conversación, no había temas serios por tratar y un interés que hacer más sólido. 

Lo único que había pasado entre el "no sé, quizá, ¿quisieras ir a tomar un helado conmigo?" y el hola del día anterior, fue un deseo sincero de Navidad a ella y a toda su familia. Sé que fue sincero porque algo que admiro de esta persona -quizá lo más valoro de ella- es su gran relación y el cariño que guarda hacia su familia. Siempre me llenó de profunda alegría saber lo bien que la pasaba con sus viejos y sus ñaños. 

Como ya les dije textualmente cómo la invité, no me voy a centrar más en ese tema, ni en la "cita" en específico (fue 2 meses después, no fuimos por helado como tal, pero sí que fue una excelente noche, una de las mejores de un complicado 2016). 
A lo que quiero llegar, en verdad, es ese gusto por el helado que tengo; a esa asociación quizá un poco ingenua que hago con la inocencia. De lo feliz que me hace tener encuentros muy a la antigua o citas poco convencionales: un té, ir a la librería, tomar un helado, sentarse a conversar en el auto. 

Encuentros estos que definitivamente tienen un componente emocional y de apertura grande: necesitas estar dispuesto a hablar, a disfrutar de una buena conversación y hay quitarse los tapujos del estrés y el convencionalismo de un adulto. En sí, es jugar a ser niños nuevamente;  jugar a ser felices de nuevo.

La verdad es que sueño con regresar a esos tiempos en los que ser sinceros bastaba para pasar un buen rato, en confidencia y con alguien que realmente te inspira a crecer y aprender de lo más profundo de su historia. 

Y no solo anhelo traer de vuelta esos momentos; también te quiero a ti: ven, querida extraña, no olvides traer helado y no te vayas sin antes darme un beso. 





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