Lo que tenía que decir


Hace unos meses recibí un correo que tenía como asunto el título de esta entrada. Era una respuesta a una carta escrita a una vieja amiga meses atrás y que relataba sus vivencias y sentimientos conforme pasaban los meses respecto a ese texto inicial.

La intención de esta entrada no es en lo absoluto hablar sobre el contenido de esa carta y sobre la reacción ya olvidada que provocó en mí.

Hoy en les quiero hablar de mi verdad.

Durante los últimos 2 meses y medio he sufrido ataques de ansiedad y pequeños cuadros de depresión que realmente han puesto mi vida en un estado frenético y de atención total. Primero negaba cualquier emoción o pensamiento negativo que atravesara mi cuerpo, más tarde aquello se convirtió en un desencadenante de pensamientos obsesivos que no me dejaban disfrutar a plenitud incluso los momentos más importantes de mi vida.
"¿Qué había desencadeno esto?" me preguntaba constantemente.
Sentía la famosa disputa entre corazón y mente; emociones y pensamientos, y dentro de dicho plano todo se hacía incomprensible. Luchar contra uno mismo no es sano, menos aún si no se entiende el por qué.

Llegué incluso a creer, aún en espera de un diagnóstico certero, que sufría un trastorno afectivo. Ventajosamente, he evitado profundizar en el tema y más allá de lecturas breves y pasajeras, no le he dado muchas vueltas al asunto -qué irónico-. Lo he preferido así, porque si la automedicación deliberada en asuntos físicos puede generar daños, sin síntomas destacables, buscar solucionar un malestar psicológico sin ayuda profesional, sería lo más parecido a jugar a la ruleta rusa.

Entonces he acudido a consulta -en más de una ocasión-, además de iniciar un curso sobre cultivo de la vida emocional. He buscado herramientas para sanar y más allá de la voluntad para salir de esta vórtice que se ha generado en mí este último tiempo, es momento de comenzar a ser disciplinado. Y en este precios caso, aquella disciplina implica convertirme de una vez y para siempre en la persona que yo, y nadie más que yo, he querido ser. No la que mis papás, maestros, amigos o sociedad esperan de mí. No basado en modas, en aceptación social o un deseo de satisfacer a otros.

Me ha hecho un daño inmenso adaptarme a las realidades de otros, y no me refiero a la virtud de la resiliencia -que admiro notablemente-  sino a la acción constante de ceder mis valores y deseos frente a la voluntad ajena (positiva y negativa).
Debo admitir que me he llegado a sentir abrumado, falto de valor y con un autoestima muy débil. No es sencillo lidiar con el pensamiento constante de qué sí hice porque realmente lo quería. Me he dejado muchas heridas a lo largo de estos años. Recuerdo una ocasión que le dije a uno de mis profesores que yo era así, que era sumiso. ¡De horror!

Pero esto no es una oda lamentista e inclinada a suplicar compasión ni pena ajena.
Aquí les quiero contar que he decidido firmemente salir de ese círculo vicioso, de esa vórtice donde la inconstancia y la falta de amor propia reinaban. He puesto mis pies en camino y estoy dispuesto a redescubrirme y aceptarme tal como soy: con imperfecciones, con mañas, con mi propia locura andante.

Entonces, lo que tenía que decir (o parte de ello) era:
- Creo en Dios y soy católico practicante. He dado catequesis desde hace 4 años y creo que la religión más que doctrina, enseña valores que harían a nuestra sociedad más justa y menos quemimportista. También creo que el error de un miembro de la Iglesia, no habla por todo lo bueno que sí se ha hecho. No solapo nada, denuncio todo. Pero también destaco lo bueno. Al final, la vida cristiana es un encuentro con una persona: Jesús y la Iglesia presenta herramientas para acercarnos a Él.

- Creo en la vida desde la concepción. Me encuentro abierto al diálogo para cambiar la pena de la mujer que en desesperación recurre a interrumpir su embarazo, porque sé que los verdaderos culpables y quienes merecen castigo en el engaño del aborto son los médicos clandestinos que lo practican (y roban a costa de estas mujeres y su situación muchas veces precarias) y los violadores que nuestra sociedad machista ha dejado escabullir en una defensa no solo absurda sino inhumana.

- Creo que la familia es el núcleo de la sociedad. Por ende, me entristece enormemente evidenciar la violencia intrafamiliar en muchas de ellas, así como me alegra en sobremanera notar la felicidad de una familia que comienza con propósito.

- Respeto y hasta apoyo la realidad de las personas con atracción al mismo sexo. Es algo concreto y evidente en nuestra sociedad (tengo amigos y conocidos) y en fin, hablamos de personas: debemos tratarlos tal como cualquier ser humano. No obstante, el lobby LGTBI con su ideología (o enfoque como suelen llamarlo algunos) en lugar de eliminar etiquetas, las ha creado constantemente y ha promovido una libertad indiscriminada donde reina el goce y no las consecuencias que esta pueda tener. Y sí, el clóset es para la ropa, no para las personas, pero no importa si homo o hétero, de lo que hay que estar orgullosos es de ser personas.

- Los verdaderos lenguajes inclusivos con un impacto real en la sociedad son el braille y el de señas.

Hay un montón de cosas más, pero creo que tenía que comenzar con algunas bases claras. Entiendo que unos "repudien" mis puntos de vista, pero tengo que evidenciarlos. Es mi verdad y no busco imponerla. Me basta y sobra por fin compartirla y dejar asentado de una vez para siempre lo que tenía que decir.

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