Tic para el tiempo, toc para el amor


Tic toc.
Tic toc.
Tic toc.
El reloj seguía avanzando. Yo me movía al ritmo contrario de las agujas, como esperando crear una fuerza sobrenatural que detuviera el curso del tiempo. Este año cumplía 31 y aunque me empeñaba en siempre ir contra corriente, era el estereotipo de solterona que rogaba atención y a la que la vida se le había pasado sin pena ni gloria en un trabajo promedio.
¿Qué hacía después de las 8 horas laborables? Ir corriendo a un bar -el cardio del día, ¡yeih!- para alcanzar el happy hour. Los fines de semana me dedicaba a ver alguna película y en la noche nuevamente salía con por unas margaritas para después terminar en un McDonald's a entre 2 y 3 am y no despertar hasta la media tarde del día domingo y sentir que había desperdiciado mi tiempo libre.

Tic toc.
Tic toc.
Vivía en la rutina más cliché de una mujer de mi edad: quise ser independiente y solo frecuentaba a los tipos de la discoteca. Los que parecían querer algo más "serio", se cansaban de invertir su sueldo solo en el cover del lugar al que íbamos a bailar o en el alcohol que les decía que me gustaba mezclar para entonarme. Ellos me sugerían, en cambio, ir de viaje a la playa para bucear o a la sierra en busca de una montaña para escalar. Acampar bajo las estrellas, parecía estar también entre sus planes.

-No tengo físico, ni presupuesto para eso - decía con desdén.

Todos (incluido el tipo desesperado por vacilar hasta en pleno restaurante) se cansaron.
Creo que no sabían que el amor implica sacrificios. Solo pensaban en sus planes llenos de aventuras.
¿Dónde quedaba mi terapia contra el estrés laboral? ¿Quién me iba a pagar los shots de tequila para superar que no me daban el ascenso aunque llevaba 5 años? ¿Cómo iba a superar, sin mi hamburguesa de la madrugada, que todas mis hermanas menores ya se habían casado con tipos extraordinariamente exitosos, porque ellas también eran exitosas?
No tenía ni plata para pagarme el pasaje (y poder beber sin control en sus bodas) y estos ingenuos, me decían para ir a tomar fotos a una cascadita (o 7 por ahí) que dijeron que había por ahí.

Tic toc.
Otro año más que comienzo en mi apartamento sin asenso. Creo que debo abrir la última botella de whiskey que quedaba de mi colección. Invertí mucho dinero en ellas y para algo me tienen que servir.
Al sexto vaso puro, le encontré una utilidad a ese tapón de vidrio que viene en el botella. Lo lanzó furiosa contra el reloj y ya no hay más tic toc, se detuvo el reloj y con él paso del tiempo.
De mi tiempo. Ya es muy tarde y no solo lo digo porque el sol se ha puesto hace ya un rato.

Tic
Se escucha. No se movían las agujas, pero el infernal sonido había quedado rondando. Me acercaría a quitarle la batería al reloj, pero aún en mi ebriedad, no quiero cortarme. No quiero usar el poco alcohol que me queda para sanar mis heridas.

Toc
Ahora retumba en mis oídos y parece venir del patio.

Toc toc
Se incrementa la frecuencia y la velocidad.
Dejo el vaso en el suelo y con cuidado me acercó a la puerta que da con el exterior.
Abro las cortinas y veo una niña. Ese whiskey debe estar adulterado porque soy yo la niña que veo sostener un caja repleta fotos antiguas, bastante deterioradas. La niña vuelve a tocar sobre el vidrio.
Toc toc. Revuelve las fotos y saca un objeto de vidrio. Es un reloj de arena.
Lo gira y comienzan a caer los granos de arena por la gravedad.

Toc toc
Toc toc
Estoy viendo una fantasma y aunque sé que puede atravesar las paredes, no le voy a facilitar la vida (que sé que ya no tiene) abriéndole la puerta de vidrio. En la caja también parece haber un marcador: da vuelta a una foto -una en la que alcanzo a distinguir a mi padre- y la niña escribe algo sobre el papel revelado. Deja todo en el suelo.

Toc Toc
Toc Toc
Toc Toc
Y con si hiciera eso a forma de chasquido y fuera un mago, me hipnotizo por el sonido y me desmayo.

A la mañana siguiente despierto sobre mi cama. Arropada. Me levanto sin resaca, con la cabeza clara y al salir del cuarto me percato que todo está en orden. No hay vidrios, ni restos de la botella de whiskey. Los restos del reloj destruido tampoco están.
Lo que sí está, pero junto a la puerta de vidrio del patio, es la caja de fotografías que me mostró aquella niña. Trato de mantener la calma para no desmayarme nuevamente. Me limito a cogerla, a separar el reloj de arena y a leer el mensaje que dejó sobre la postal de mi padre.

Aún estás a tiempo.
Trago saliva. Lo único que se me ocurre es sentarme contra el suelo y llorar con los recuerdos que vienen a mi cabeza al ver esas fotos.
Pienso entonces que si esto no es una pesadilla producto de intoxicación por alcohol, quizá debería llamar a contarle esto a mi padre. Después de todo, por algo escogió específicamente esa foto para dejarme el mensaje y bueno podría aprovechar y desearle feliz año, que todavía no lo he hecho.

La veo detalle: es la vieja casa del campo. Solíamos pasar las fiestas ahí. Quizá él haya ido este año también. Mamá de seguro sigue con una de mis hermanas planificando su luna de miel. No encuentro mi celular así que debe ser una señal de que no pierdo nada yendo, teniendo en cuenta también que no queda muy lejos de la pocilga que es este departamento. Todo le quedaba lejos, menos aquella casa del campo, y creo que nunca me había hecho tan feliz su ubicación como en este preciso momento.

Aparco, dejo descansar a mi viejo cacharro, así no se quema el motor y tengo cómo regresar en caso de que esto haya sido una misión sin éxito (como casi toda mi vida). Trago saliva de nuevo. Muero de nervios. Hay quienes los llaman emoción. La verdad debe ser eso, porque no hay nadie más importante en mi vida que mi padre, y lo había olvidado por completo.

De hecho, no lo recordé hasta que toqué esa puerta.
Toc - no alcancé al segundo y los brazos de mi padre ya me habían rodeado
Estaba a tiempo de amar. Al reloj de arena di vuelta para iniciar desde cero y en lágrimas quedé hundida sobre el pecho de mi padre.

Tic Toc, el reloj no para, pero mis ganas de alcanzarlo ahora


tampoco.

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