Las empanadas de la abuela


Una de mis actividades favoritas cuando vengo a Calvas, Loja y visito Juan y Elena Loaiza (mis abuelos) es comer las empanadas que ella nos prepara y hornea en su cocina a leña antigua. De hecho, mientras escribo estas líneas, un poco de la deliciosa azúcar que cubre la capa doradita de masa, se desprende sobre mi teclado. 

Lo siento, les dije que son riquísimas. Ya hasta me dieron ganas de "pegarme" otra. ¿Será que sacrifico un poco de la cena de esta noche por darme ese antojito extra? Después de todo la próxima semana, mi mami volverá a lucirse con su pavito adobado a la perfección y las distintas especialidades de arroz; por el contrario, no sé cuánto tiempo tendré que esperar para comerme otra empanada fresquita de las manos de mi abuelita. 

Hay un mundo de razones para que mi mente (y estómago) duden de la proximidad de aquel deleite de masa, quesito criollo y azúcar. Entre las menos tristes, porque es evidente que dentro las causas hay una sobre la que preferiría no profundizar en este momento, está en primer lugar la imposibilidad de viajar cerca 8 horas ida y vuelta (10 en transporte público) ante la ausencia de vuelos frecuentes y directos a Loja, que por lo menos me acercarían a una distancia decente a recorrer desde el aeropuerto hasta el pueblo en el que viven mis familiares. La otra razón es mi falta de vinculación familiar: es difícil mantener ciertos vínculos (más allá de los sanguíneos evidentemente) con personas con las que las conversaciones se van apagando. 
Aunque es lindo recibir la bendición de tu abuela y tu desearle lo mejor a ella, las interacciones ciertamente se vuelven limitadas. Ha sido una constante en la vida de mi familia nuclear -papá, mamá y hermana- el desafío de relacionarnos con los tías y tíos, primos y primas, padrinos y madrinas en ciertos casos. 
El sentido de lo ajeno, del intruso, del invasor se respiran en al aire, se palpan en la piel y muchas ocasiones, es doloroso.Pero esta Navidad, quiero ofrecer, en esta última noche que me queda en mi pueblo natal -y la que según mi padre es posiblemente la última navidad con mis 2 abuelos- una sonrisa. Una mirada sostenida a los ojos que diga, que a pesar de la distancia, de las barreras mentales y físicas, me interesas. Y estoy agradecido de que formes parte de mi presente.

En ese momento en el aire se respirara un olor de unión, de paz y gozo (bueno es navidad, tenía que decirlo). Y ese olor tiene como único semejante el de aquel que sale del horno en este instante y por el cual los tengo que dejar. 

Les dije que me iba a comer otra empanada de mi abuela y eso haré. El postre ya queda para el 31 Feliz Navidad a todos.

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