Cuatro: un coche no tan convertible


Para ser cool en cualquiera de sus modos (chico, joven, adulto o 'abuelito') uno de los requisitos, impuestos por nuestra sociedad consumista, es tener un auto convertible. Que sí, que el Lamborghini, que no, que mejor un Alfa Romeo; que tampoco, que qué es eso, que yo prefiero los Jaguar.
Y así podríamos eternizar esa superficial, pero divertida, conversación.

Yo quiero decir que conocí a un viejito cool que no manejaba un carro de lujo, de hecho era uno no tan convertible. A base de metal, con diseño hidrodinámico que le permite de sostener mucho peso sobre él. Sin embragues ni palanca de cambio techo que lo proteja y con unas llantitas delicadas, tenues y con la falta evidente de frenos ABS.
Sus carencias, no obstante, no han sido un limitante para cargar sobre sus años (y sus ruedas) una serie innumerable de historias: de cumpleaños desastrosos, de cenas de compromiso, de reencuentros y/o de un último almuerzo con el tío abuelo.

Estoy hablando del auto, no del viejito. Por si acaso.
Aunque ahora que lo pienso, se parecen mucho
Me encantaría haberle preguntado su nombre. Pero me concentré tanto en su particular predisposición, buen ánimo y sonrisa bajo los 31 grados de nuestra Guayaquil amada, que hubiera sido anticlimático (qué ironía) interrumpir su actuar tan natural.

Le pondré, para esta ocasión, Paco

Paco, esa mañana soleada de jueves, me enseñó que el único método que te asegura ser cool, es la alegría. Porque la alegría engloba todas las virtudes, características y grandes formas de vivir de una persona. En la alegría hay autenticidad, bondad y perseverancia. Paco era alegre y eso denotaba su deseo de sobre salir por encima de sus caídas y de su constante superación cuando las luchas del tiempo y el abandono querían frenarlo.

Paco no solo sentía vibrante, lo era en su totalidad. Atraía la energía de todo el público y con público me refiero a los asistentes que se disponían a pagar en las cajas registradoras del SuperMaxi. Incluso parecía que esa energía se trasladaba al cochecito no tan convertible que él trataba con cariño y que movía a un ritmo dinámico y hasta digno de imitarse en coreografía.

Y yo bailaba con su alegría, con su ser tan puro. A cambio debía ofrecer algo.
Ninguna moneda de cortesía hubiese bastado.

Le di mi sonrisa más sincera y con ella le conté mi historia, la que aún tenía que trabajar, la que estaba moldeando, la que se había achacado de muchos golpes a lo largo del año y que estaba próxima a iniciar un nuevo capítulo. Con la sonrisa también le dije que mi corazón estaba libre de ataduras superficiales y que su ejemplo me haría sostener mi ser inocente, siempre deseoso de ver el lado más brillante de todo.

Con esa sonrisa también me presenté.
"Me dicen George, pero soy Jorge. El chico raro" 
y con su, él me pidió que inmortalizara su alegría.

Otro regalo, que yo le di a Paco, faltando 4 días para mi cumpleaños 22, fue una calcomanía que él agregó con mucho cariño a su carrito de supermercado.

Una calcomanía que decía 'gracias'.

Eso sí, no me vayan a preguntar en dónde la habrá pegado.
Él es el experto en coches no tan convertibles pero muy cools. 




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