Siete: los pupilos


Y cuando piensas que el día se te va a acabar sin un evento destacado, sin una vivencia que transformar en letras, una persona que no esperabas, te escribe para decirte que tu arte la ha tocado. Que las huellas de tus textos se han posado en su ser y que en cierta forma te admira.

Cuando una persona, de cualquier contexto, ajeno o cercano a ti, decide que lo has inspirado lo suficiente para entregar lo más profundo de su ser artístico a tu tutela, aceptarlo para el acto más cercano a lo humanidad. Tener pupilos es una acción que llena el alma, después de todo.

Más allá de dotarte de experiencia, tu corazón endeble se posa humilde y te lleva a tus inicios, a ese temor. A los cosquilleos sin cese predeterminado al compartir tus primeras oraciones conjuntas. Si te atrevías a compartir un párrafo, tenías un excesivo nivel de confianza. Pero en eso se resume el amor a esta vocación, es trasladar conocimientos, memorias, experiencias y transformarlas en un deseo genuino de sincerarse con el que te lee.

Como lo dije hace ya en un año, en un acto de presentación a la bohemia población cultural de Guayaquil, para mí escribir es una forma de dar gracias. Y para resumir este texto, que no es más otra forma de agradecimiento, creo que ayudar a quien te busca admirado y con ilusiones de encontrarse en las letras varias de sus historias, es un remolino de sensaciones que llenan tu rostro de sonrisas sin tregua.

Una página en blanco se llena, otra un poco edita sigue su camino. La pluma pide a ambas que no se detengan.

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