Hasta la última gota


Guayaquil, 7 de enero del 2018

Comenzó el invierno, pero a diferencia de cualquier persona en alguna ciudad europea o de los países nórdicos, Marco Antonio, no llevaba abrigo o usaba otra prenda por debajo de su camiseta a rayas. Él más bien tenía a su cargo un paraguas. Uno amarillo, el que yo le había regalado hace un par de años atrás porque sabía lo duro que era el invierno en Guayaquil -eso y por su obsesión con los props de How I met your mother?. Quizá el corriera con la misma suerte que Ted a la hora de encontrar al amor de su vida. Como sea, era ya de noche cuando decidió llamarme e invitarme a tomar un café. Me dijo que tenía una gran noticia que contarme. Al menos a uno de los dos le estaba yendo bien, según parecía. Quedamos en un lugar y nos encontramos media hora más tarde. Mi exceso de puntualidad no le ganó en esta ocasión a los elegantes retrasos de mi amigo.

- Cuéntame, ¿qué pasó?, ¿qué querías contarme? - pregunté ansioso.
- Lo logré. Ya no soy un pasante, compañero. - me respondió Marco.
- Woww. Eso es fantástico. Por fin se te dio. Estoy orgulloso de ti.

Hubo un silencio que no llegaba ni a rayar lo incómodo, era más bien un tiempo que nos dábamos para contener la emoción y no perder la claridad al hablar. Tomé la palabra nuevamente:

- ¿Es en la empresa de insumos que me habías comentado?
- No, en la de productos de consumo masivo
- ¿La de la última entrevista que me comentaste?, ¿la que quedaba a las afueras de la ciudad?
Marco sonrió un poco apenado, pero siempre cómico y dijo:
- No, esa fue la primera de las 4 entrevistas a las que fui. En ninguna de las 3 anteriores me ofrecieron un puesto fijo. Y no quería rendirme al mejor "postor" - prometo que hizo las comillas, mientras me lo decía.
- Wow, ¿estás contento, entonces?
- Muchísimo, después de año y medio de lucharla como pasante, creo que llegó el momento de asumir nuevas responsabilidades - y sonrío de punta a punta.

Otra vez, otro silencio, esta vez  uno que yo nos obligué a tener. Estaba pensando en lo admirable que era que una persona no se desanimara en su propósito de demostrar que estaba listo para las grandes ligas. Al menos para competir desde un puesto que se había ganado. Brillante, eso se me vino a la cabeza. Qué mente tan brillante y temple tan grande tenía mi amigo.

- Oye, ¿qué hacemos aquí? - dije al salir de mi letargo.
- ¿Qué? - respondió sin comprender que estaba pasando.
- Vámonos, tenemos que ir a celebrar con una cerveza artesanal.
Lo vi hacer un ademán de pregunta y respondí porque ya sabía a dónde quería llegar.
-Sí, al lugar de siempre. Yo invito. Ya me lo pagarás cuando comiences a ganar tu nuevo sueldo. - y le guiñé el ojo. Él no pudo contener la carcajada.

Llegamos a nuestro lugar de siempre, a nuestra cueva, y ahí nos quedamos celebrando, contando chiste inapropiados y riéndonos de ellos hasta que cayera del cielo la última gota de lluvia y que mi amigo tomara la última gota de su cerveza.

Merecido premio.
Marco estaba acostumbrado a darlo todo,
a dar hasta la última gota.

Era su momento de brillar.

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