Bulevar mágica


Me levanté agotado. Las sábanas pesaban más que todos los libros que venía cargando sobre mi espalda ya más de un año. Mudarse a otra ciudad, en un país con una cultura apenas comprensible a mis gafes mentales, no había sido la idea más brillante.

Todavía recuerdo la discusión de mi madre, mi bandera de independencia. Le dije que con los ahorros que tenía, era más que suficiente para no volver a discutir con ella de aquí hasta que tuviera una hija y ella quisiera ponerle Carlota cuando ningún ser humano hubiera merecido tal sufrimiento.
Sería libre, zafaría del yugo opresor de la maternidad tercermundista.

"JAJAJA, qué ingenuo debe pensar mi madre" si me viese así de consternado por la soledad. Aunque por ahí dicen que las madres prefieren tragarse su deseo de tener la razón, con tal de sentir un abrazo de su pródigo hijo. Qué interesante que entre pródigo y prodigio haya apenas 1 letra intercesora.
Cuánto desearía yo ser lo segundo, mi orgullo no me dejaría pensar en actuar como el primero.

Me preparé el café matutino que volví a dejar pasar más de la cuenta y que de cortadito, solo tenía que punzante me quemó la lengua al beberlo. Hasta la taza más esperada del día, había perdido su cafeína en mi vida. Agarré las llaves del carro y no me encendió. Otra vez había dejado las luces prendidas por la noche. Golpeé mi cabeza esperando que el número de repeticiones fuera suficiente para noquearme y obligar al seguro a darme el día libre en el trabajo.
Fracasé. Lo malo solo me encontraba cuando no era yo quien lo buscaba.
Agarré mi bicicleta y me obligué a hacer el cardio que tenía en cola hace mes y medio, porque cada lunes había promo de choripanes y si no iba en subte no llegaba.

La idea de usar casco no me encantaba, pero con la suerte que me estaba mandando últimamente. Me lo puse, era rosado y combinaba extrañamente con mi camisa azul cielo y mis jeans decolorados. Me quitaba el aspecto insípido que traía desde que me mudé. No me tomaría mucho llegar al trabajo, la viabilidad para las bicis era buena y el conductor promedio respetaba al ciclista.

Pero las obras públicas se cagaban en el trabajador público y su deseo de puntualidad. Si mi mamá hubiera escuchado las palabras que dije al ver cerrada la avenida principal de Palermo, me hubiera traído a casa de un jalón de orejas. Esta vez, esos 5000 kilómetros de distancia, jugaban a mi favor.

Luego de lamentarme, me puse a pensar sobre mi andar, qué ruta tomar y la única forma de evitar la aglomeración de peatones era por el este. Saqué mi celular para confirmarlo y el maps me puso que tenía que coger una tal Bulevar Mágica.

"¡¿Eso existe?! Qué boludeces se inventan estos arquitectos bohemios", ni siquiera sé por qué los llamé arquitectos, pero quién en sus cabales se sabe el nombre de los que les ponen el nombre a las calles. ¿Municipales, acaso? No tenía tiempo para reflexionar en mi falta de léxico después de todo.
No me tomó más de dos minutos llegar, pero al entrar al boca calle, noté que el punto había desaparecido del mapa.

La calle no existía más.
Bulevar mágica estaba extinta.

Me consterné sin encontrar lógica alguna a la situación y sin darme cuenta que seguía con víada en la bici. Cuando reaccione, una chica gritó y su voz me cegó los ojos. Era brillante, pero como un hechizo. Como si al hablar, unos polvos mágicos hubieran tapado mis córneas. Caí rostro en tierra, y descubrí que la cadera se te puede salir del cuerpo cuando te golpeas a cierta velocidad.
Estuve a punto de gritar, pero, repentinamente, sentí una mano en mi lesión, y luego una caricia sobre mis labios. Un beso. Comenzaron a caerse, cual escamas, los polvitos blancos que bloqueaban con luz mis ojos. Pero al abrirlos, mi mente se cerró. No tenía más voluntad sobre mis acciones.

Me levanté en mi cama, con la misma ropa que llevaba, incluido el casco rosado. Me lo quité y en marcador estaba anotado un mensaje. Tenía que mirar mi billetera. Una tarjeta con una dirección. La coloqué en el mapa y tal como presentía no estaba.

De repente, noté que el reloj marcaba las 7 am y el día era domingo.
Revisé desesperado mi celular en búsqueda de explicaciones. Encontré fotos que no recordaba haberme tomado. Todas eran en Bulevar mágica y en todas estaba junto a la chica que había estado apunto de arrollar. En una de ellas, me estaba besando. Me toqué el labio y mi mente se transportó en un círculo de estrellas. Su nombre era Lola. Me dijo algo al oído, su dirección creo, y que la buscara cuándo estuviera listo. Que ella no podía amarme si no sanaba yo primero.

Lola, ¿en qué parte de Buenos Aires te iba a encontrar? Tu voz volvía a nublarme de luz los ojos y me dormía en su encanto. ¿Cómo sano, si no estás tú para decirme en qué?

- Toca tus labios con tus dedos y con la otra mano siente tu corazón - escuché, de nuevo acostado en casa con el casco encima. - las respuestas las tienes vos.

Y sí, yo sabía qué tenía qué hacer.
Sin trabajo al día siguiente, llamé a mi madre, me disculpe y le prometí visitarla mucho antes de que Carlota siquiera estuviera en planes. Se rió y su risa se sintió como un abrazo. Era verdad lo que decían.

Salí a dar un paseo en bici, el cardio ya había esperado demasiado. Luego de media hora sin rumbo alguno, despejando la mente de tanta contaminación social que había quedado en mi corazón, me llegó una alerta. Seguro una actualización del celular.
Ya ni me quedaba espacio, así que estuve apunto de ignorarla. Pero el timbrazo, se sintió en mi cadera, como cuando ella la había tocado.

Lola. En la alerta, una nueva dirección. Una tal Bulevar mágica ahora estaba disponible en el mapa.
Llegué, tomé con cuidado el boca calle y la encontré. Mi morena, mi pálida canela, mi Lola.

Los ojos se me llenaron, de luz celestial pero esta vez podía verla, brillante frente a mí.
Estaba listo para amarla.

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