No todo fue «oh là là»


12 del medio día, av. Le Cannet.
Cannes, Francia

Camino con el sol pegándome directo al rostro. A estas alturas la gorra es más un estorbo que una amiga. Lo mismo tengo que decir de mis maletas. Ojalá fueran ellas las que me cargasen a mí.
Este chiste lleva contándose solo -y lo digo porque a mí no me causa gracia seguirlo- durante ya casi media hora. ¿Es esta la forma en que la vida me dice que no todos los días se disfrutan de bebidas gratis y panorámicas de ensueño? Lo que yo tengo ahora frente a mis ojos no es más que una carretera desierta en donde hasta las gasolineras resultan gustosas paradas.

La que hoy sí ha decidido dejarme a mi propia suerte, fue mi botella de agua. Una semana en la que tuve acceso a una nevera con más de 100 botellas y ahora me viene a faltar. De no creerse.
Para colmo he leído mal el mapa físico y la dirección establecida en el mapa digital no fue en lo menos precisa. Ya me he pasado mi destino y nada a los alrededores parece darme esperanza de que llegaré a tiempo. Cada gota de sudor y cada paso, me traen la idea que lo mejor es darse vuelta y regresar a un lugar seguro. Aunque pierda mi bus con dirección a Marsella, al menos tendré noción de dónde queda y no terminaré en la prensa roja como el chico desparramado en medio de Le Cannet.

Oh là là, si la desesperación tuviera soundtrack, esto que estoy viviendo sería la escena perfecta para ponerlo. La vida para nada glamourosa de Jorge Loaiza, el estudiante ecuatoriano de 21 años que vivió un sueño que está a punto de convertirse en pesadilla.

Pero...

El wifi fue el punto de giro perfecto a esta 'peli' de horror. Un anticlimático ideal para mí, que me permitió ajustar mi Google Maps y salvarme, en un último suspiro, del destierro definitivo de mi autobus.

Diez minutos más de sufrida caminata bajo el clima veraniego de la costa francesa, y ya estaba sentado en el lugar que me correspondía. Dos horas y cuarto después, en una estación de Marsella. Jamás había sufrido tanto un viaje, nunca me habían molestado los recorridos en transporte público, pero mi deshidratación a estas alturas era ya bastante preocupante.

Lo cual me hace pensar seriamente con qué fuerzas conseguí correr de regreso al bus cuando me di cuenta que había dejado mi equipaje a la deriva. Voy a hacer una pequeña interrupción para agradecer la honestidad e integridad europeas. Mi maleta estaba ya fuera del bus, como esperando que llegase, expectante de nuestro reencuentro y nadie, absolutamente nadie, se acercó a "curiosearla".

No era de ellos. Punto. Tenían la película bien clara.
Prefirieron mantener sus roles secundarios y dejar a otro el papel antagónico.

El desenlace no fue más que comida y mucho líquido. Seguido de la llegada al hotel y unas cuantas horas del peor sueño de mi vida.

Horas más tarde en la escena post crédito me verían llorando desconsolado en el puerto de Marsella, agradeciendo a Dios y a la vida. Entendiendo que todo lo que había vivido la semana previa era de verdad y que la trama del día de hoy no era más que la forma más precisa de comprobármelo.

Y aunque no todo fue oh là là, les puedo asegurar que sí salió a la perfección.

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