La música y el llanto


Tomar un bus en Quito no es comparable en absoluto con tener que subirse a uno en Guayaquil. Mientras que en la capital el clima te permite viajar ligero y hasta cierto punto cómodo, en el puerto no es posible salir sin sofocarse (y chamuscarse) un poco. Tampoco molesta mucho estar de pie; de hecho, el cuerpo movido de un lado a otro por los frenazos del chófer regala una sensación deliciosa de calorcito. En Guayaquil, se me ríen si les sugiero ir parados en la metro.

Reflexioné sobre lo mucho que me gustó trasladarme por ese medio y que, si algún día me mudara a Quito, no habría dudas que se convertiría en uno de mis compañeros (favoritos) para maquinar ideas y construir historias. Porque no se imaginan la cantidad de personajes particulares que uno encuentra un martes al medio día por la capital.

Si no los convencí aún, les robo 5 minutos más de su tiempo para dar likes y stalkear al crush y los invito a conocer a Rafaela, una quiteña bastante influenciable. Pero linda gente, como dicen por la capital.

La música y el llanto

Rafaela me pidió encontrarnos en la estación de la Río Amazonas. Teníamos que estudiar para nuestro examen final de francés; el pasado imperfecto nos ganó la pelea durante la madrugada y si queríamos tener la titulación de un 4to idioma, no podíamos laisser des choses pour demain.

Ay, el francés, el p*to (adivinen la palabra) francés nos tenía mal y no solo por la lengua, si no por su gente. La Rafa se había encaprichado con un parisino: un tipo sin nada de gracia y que nunca se peinaba. El sujeto creía que tocarse mucho el pelo lo haría pasar por pretensioso, pero que más pretensioso que el hecho de ser francés. El problema era que cupido me la flechó a la Rafa y la dejó ciega (literalmente).

En todo caso, la Rafa estaba tan metida con este francés, que cuando él le dijo que era parte de la Iglesia mormona, reaccionó encantada y le preguntó cómo podía unirse.
Yo ahí sí me confundí totalmente porque, hasta donde yo sabía, mi amiga era judía declarada y hasta los 15 se pasó defendiendo sus tradiciones de los protestantes.

- Qué sí, que las personas cambias, que me ahora soy más abierta de mente.
- Yo lo que creo que va a terminar abierto es otra cosa.
- Respeta, loco. ¿Qué te pasa? Eres un idiota -y salió corriendo enojada la Rafa con la cara más roja que cuando veía a Antoine (el nombre del sin gracia ese).
Cuando ya no podía escucharme, se me ocurrió la mejor respuesta posible (típico): puede que yo sí sea un idiota, pero al menos no soy francés.

Esa mujer estaba hecho un caos y yo también, para qué mentirme (aunque no tanto como un francés).

Nos tomó casi un mes reconciliarnos y por eso se nos hizo tarde para estudiar la lengua del amor (de Rafa). Lo más chistoso es que ya habiéndonos perdonado y hecho todo lo que es parte del proceso de reamistad, le pregunté si pasando tanto tiempo con su amiguito no cachó un poco del idioma. Me contestó que no, porque en su Iglesia leían en inglés.

Me preocupa decirlo de esta manera, pero en serio, no sabía si reír o llorar. Una iglesia mormona que frecuenta un francés, en la capital de Ecuador, un país que habla español con las justas (no es cierto, solo bromeo) y donde la palabra se imparte en inglés... Wow. En serio no entendía nada.
¿Viva la diversidad?

Bueno, la verdad es que  l'imparfait n'est pas si dificile, solo que como no nos habíamos hablado un mes, tenía harta tele que cortar y el chisme también me metió una goleada al estudio la noche de ayer (ya saben, es época de mundial).

Veo a Rafa llegar con unas hojas y me ilusiono, de ley encontró un método para memorizar las conjugaciones y no me va a parar de hablar hasta que llegues a la universidad.
¡Zafé, me voy a titular, mamá. Tu hijo sabe 4 idiomas, llama a la vecina y avísale!

La escena que le sigue a mi euforia es mi rostro inexpresivo mientras veo leer a Rafa esas hojas que según parece son la predica que tenía pendiente para el culto de hoy. Ya ni si quiera se quiere graduar. ¡¿Qué le pasó a mi Rafa?!
¿Será cierto eso de que los franceses besan bien? Porque si no, estoy más perdido que un político cuando ya le toca cumplir sus promesas de campaña.

De repente, una parada, la penúltima antes de nuestra estación. Sube mucha gente: vendedores ambulantes, abogados (supongo por el cliché del traje), estudiantes y unos tipos que comienzan a cantar y a llamar la atención de todos. La Rafa se molesta, porque tras que le toca estar parada, llegan esos irreverentes y me la distraen.

Al principio, los ignoro y me concentro en Rafa, quiero ver sus reacciones.
Pero luego giro la cabeza.
Y detrás del guitarrista, lo veo (¿y no lo creo?)
No, no lo creo. Antoine está cantando y comienza a caminar entre el público (si así le podemos llamar a los pasajeros) y se acerca cada vez más a Rafaela.
Se han de imaginar que es una canción romántica en francés. Si consideran romántica a Me voy enamorando, puede ser, pero a mí no me pagaron la universidad para pensar eso, sino para burlarme de los franceses (no, de nuevo es broma. Soy un excelente estudiante).

El francés la toma del brazo a la Rafa que disimula como puede la vergüenza.
Canta que canta: Esta es mi forma de decirte hoy, que a donde tú me digas voy.
Me pregunto entre risas cuál será ese lugar tan especial en donde la quiere besar. Si es que después de esto tiene chance de volverla a besar, claro está.

La Rafa sí me había contado que este francesito decía ser un maestro de la guitarra, pero tocar Chino y Nacho en el transporte público no era de mucha ayuda a su caso.

De repente, no solo éramos Rafa y yo los que reaccionábamos a tamaño espectáculo: un niño, a quien llamaré Juanito para efectos de la historia, comenzó a chillar cuando Antoine entonó la nota más alta del coro. Qué desafinado, papá, me lo hace llorar al pobre Juanito.


No sé qué le habrá dicho mi amiga al francés, pero definitivamente no lo veremos muy seguido de aquí en más.

Nos bajamos, la Rafa me mira, me le río en la cara y me golpea. Al segundo se ríe y me da un beso en la mejilla. Se me revuelve todo por dentro, pero por fuera soy una estatua?
- ¿Por qué te quedas ahí parado? Apura, que tenemos que encontrarle al menos algo bueno al francés.
- Ya voy, ya voy - respondo y sonrío. 

¿Me gusta Rafaela? No lo sé. O no lo quiero pensar.
Ahora tengo que pensar en el imparfait.
Mejor dejemos ese cuentito para una próxima ocasión.





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