En bici a la sinagoga


- Aaaaahhhhh, ahí estás Lucaaa.
El grito de mi hermanito se escuchó, seguro, en todo el puerto de Marsella. Qué niño para más escandoloso. ¿Yo era así hace 4 años? Ja, no lo creo.

- ¿Qué pasa, Raphael? - le digo mientras detengo su arremetida en bicicleta a toda velocidad.

Recuerdo todavía el día que mi mamá me pidió que se la regalara, porque no teníamos dinero -ni espacio- suficiente para comprar otra. Fue uno de los momentos más tristes de mi infancia.
Mis días de visitar a mis amigos y de hacer travesuras con ellos a los peatones se habían acabado. Ahora era yo uno de esos peatones, blanco fácil y atractivo de bromas.

- ¿No recuerdas que día es hoy?
Me mira incrédulo y le respondo moviendo los brazos en ademán de no tener idea.

- Hoy hago mi bar mitzvah - me dice lleno de emoción, sonriendo con los dientes apretados, dejando ver algunos huecos que su hada dejó sin pagar nada a cambio. En ese momento me percato de su traje y de la kipá que le cubre la cabeza.

Me causa gracia la fragilidad de mi hermano, sus cabellos delgados color dorado, su tez blanca y sensible que el sol parece quemar con tremenda facilidad. Siento que es tan corruptible, lleno de mucha vida, pero capaz de perderla en cualquier instante.

Esa es la razón por la que no me causa ninguna gracia que se una con fervor a un credo o a cualquier forma de vida religiosa. Doy fe -qué irónico- de que ellos no harán más que llenar su vida de culpa.

Y la culpa detiene.
La culpa no te deja crecer.
La culpa te ata al pasado.
La culpa te hace débil.

- Oh - respondo y dejo que el silencio se lleve mis palabras antes de continuar - no voy a poder ir, ¿sabes? Tengo aún algunos pendientes y no pienso que los vaya a terminar a tiempo. Además tendría que ir a casa y vestirme formalmente. Tú sabes que eso no se me da bien.

Sus dientes siguen apretados, pero ahora el resto de su rostro denota una tristeza tremenda, muy similar al día que mamá nos dijo que papá no volvería. En verdad, no tengo pendiente alguno, soy un niño de 12 años después de todo, y solo hago encomiendas a mamá de vez en cuando y casi nunca un sábado. Simplemente, como se lo dije, no se me dan bien este tipo de cosas.

- Bueno - responde seco y gira con su cuerpo la bicicleta- en todo caso, no llegues tarde a casa, mamá me pidió que te diga que hay algo que necesita darte.
Y arranca a toda velocidad. Podría parecer entonces que lo que cayó al suelo, no es más que una gota de sudor. Lamentablemente, yo sé que es una lágrima.

Mis amigos que habían sido testigos de la escena, se van. Saben que quiero estar solo.

Me siento en el suelo y me tomo la cabeza. Inhalo y exhalo. Solo quiero que seas fuerte, Raphael. Tan solo eso.

De repente, comienza a llover a raudales. Estamos en medio del verano y eso no me hace sentido, pero antes de ponerme a reflexionar sobre el clima y agarrar un resfriado, mejor voy a casa.

La lluvia para justo cuando llego al umbral de mi casa. Técnicamente, estoy temprano, pero no hay forma de que llegue a la sinagoga a tiempo. Al menos no caminando.
Al abrir la puerta me tropiezo y me doy tremendo golpe con una estructura bastante grande, que hace ver más angosto aún el pasillo de la casa. Es una bicicleta, de segunda mano, pero bastante bien conservada. Tiene un lazo y una nota escrita con ella.

"Querido Luca,

Siempre te he admirado por tu fuerza, por tu carácter valiente y honesto, Sin miedo a nada.
Tu hermano te ama por esas mismas razones. Y siempre ha entendido que quieras protegerlo.
Pero tienes que aceptar sus decisiones.

Como por ejemplo que haya decidido hacerse judío, o también que me haya pedido usar el dinero que reservé para su regalo de comunión para comprarte esta bicicleta.
Ahora eres tú quién tiene que tomar una decisión.
¿Aún crees no poder llegar a tiempo a la ceremonia?

Mamá."

Mamá también había dejado mi traje listo, entonces solo tengo que bañarme, vestirme y tomar posesión de mi bici cual demonio de Tazmania. En 15 minutos ya estoy en la sinagoga. Aparco mi bici junto a la de Raphael. Mi nueva bici se ve tan bien junto a mi antigua bici, pienso y sonrío.

Entro corriendo al templo y logro ver a Raphael, en medio, camino al altar. Lo intercepto y lo tomo de la cabeza. Sonrío y le doy un beso en la frente. Él suelta las flores que le han encargado y me abraza. Ambos rompemos en llanto y a pesar de la conmoción y de lo "inapropiado" del momento, los asistentes nos aplauden.

La culpa te detiene, sí, pero el amor te mueve todavía más. Si no, díganselo a los dos mejores conductores de bicicleta de toda Marsella. 






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