Sonrisa macadamia


Para leer esta entrada necesito que tengan en cuenta dos consideraciones:
1. Esto no es una carta de amor (de esas ya escrito algunas y esta, créanme, no lo es)
2. Siempre he sido más "salero", pero debo admitir que el encanto de un buen postre acompañado de un cafecito me ha conquistado. (Quizá a ellos amerite escribirles una carta de amor en el futuro más cercano).

Ahora sí, el día es 19 de febrero -noche en realidad-, ¿el año? 2016.
¿Recuerdan la historia del helado? Intentemos revivir esos sentimientos, respirarlos y materializarlos. No creo que sea una tarea difícil después de todo qué rico es el helado y que duro sería su olvido.

La historia de esa noche tiene como protagonista una sonrisa.
Me tomó mucho tiempo buscarle nombre, porque ninguno le hacía honor.
Pero 2 años después en una noche lluviosa y un abrazo acogedor, pude acuñarla: sonrisa macadamia.

Podría decir que es la más hermosa jamás presenciada.
O la más brillante en medio de un cuarto lleno de reflectores.

Sin embargo, quiero ir más allá.

Necesito que ustedes palpiten conmigo la emoción,
que sientan junto a mí la emoción que provoca
fibra a fibra ese momentum. 

Aquel 19 de febrero no fue la primera vez que me la compartió, pero fue en aquellos instantes de silencio entrecortado y palabras (y estómagos ansiosos por sus waffles con helado) que bailé sin moverme entre unos ojos sinceros y esa sonrisa macadamia: dulce, poderosa, el elemento ideal para adornar con elegancia cualquier panorama.

Los 671 días transcurridos entre mi iluminación y mi racionalización en un nombre, me enfrentaron a fantasmas, a almuerzos sin postres, a tardes lluviosas sin un café para sobrevivirlas. Esos días me vieron empapado entre mis pensamientos y disuelto a causa del reflujo letal de errores que alguna vez cometí. Pero ese noche, 2 años después, comprendí el valor de la redención.

Lo más curioso es que aquella velada, breve, (brevísima en realidad), estuvo apunto de no suceder.


Mi plan era interceptar a la chica de la sonrisa macadamia y entregarle un presente que había conseguido para ella, antes de que terminaran sus clases de la universidad y tuviera que huir sin mirar atrás a su casa (conducta muy habitual).
Así pues, calculé salir de mi trabajo 5:30 para poder asegurarme estar en el campus antes del cambio de hora de los salones.

Rumbo al parqueo, fue la a lluvia quien me interceptó a mí, despiadada como lo es con cualquier pobre alma apurada de Guayaquil entre enero y mayo.
Recuerdo que esta lluvia venía acompañada (incluso) de un viento poco amigable. Literalmente, no sabía si reír o llorar cuando una ráfaga estuvo apunto de llevarse mi paraguas amarillo (no es broma).

Superé el temporal, me subí a mi carro, me quité las medias (no tengo ni que explicar porqué) y estando todavía dentro de mi rango de tiempo establecido, arranqué con destino final a la universidad. 6:15, sorpresivamente, estaba ahí.

Pero, (oh sorpresa) no di con quien buscaba. ¿Hora de abortar misión? En absoluto.
- Hola, ¿estás en la U?
Luego de 40 minutos, ahora yo paseando a la altura del Policentro, recibí respuesta.
- Estaba, pero tuve que salir corriendo (se los dije, hace esto siempre). Ahora en casa, ¿por?
- Tengo una sorpresa que se dañaría si no te la entrego hoy.
- Suena interesante, ¿no quieres pasar por la casa un rato?

No terminé ni de leer el mensaje y ya estaba dando la vuelta en "u" camino a uno de los parqueos que más acostumbro usar.

Llegué, esperé mientras bajaba
y le entregué su presente:
una galleta de macadamia. Su favorita.

Ella tuvo 2 regalos para mí también (bueno 3, si contamos su habitual emoción): un abrazo y una sonrisa. Una sonrisa con sabor a macadamia. Nada empalagosa; ni muy simple, ni muy extravagante. Proporcional a cualquier gusto e ideal para compartir con cualquier café y disfrutar sin importar el clima. Qué maravilla, qué emoción, qué -ya me quedé sin palabras-, una sonrisa macadamia.

Ya que les comenté que quizá esta sea la última entrada con dedicatoria en un tiempo, no voy a escatimar en agregar una analogía complementaria (y pido perdón de antemano si padezco ya de verborrea).

Si siempre hablamos de personas que sonríen con la mirada, yo veía en esa sonrisa macadamia todo con más claridad. Como si hasta el más oscuro secreto se hiciera ínfimo con un movimiento delicado y dulce de sus labios.

Adiós por un tiempo, sonrisa macadamia. Nadie sabe cuánto será.

Comentarios

Entradas populares