Reflujo


Comienza la tos y con ella las preguntas: ¿debo hacerme ver?,
¿no es mejor sentarse y esperar que todo vuelva a su normalidad?
O más bien, ¿es posible que esta situación en algo vaya a mejorar?
No logro contestarme porque una arcada se me adelanta.

Tampoco ayudaría pensar en ti: en el estrés que me causa saber que estás viajando sin retorno; tampoco en el terror que a ti te causa estar huyendo de esta ciudad sin gracia y el que siento yo porque escapas en al auto que solíamos compartir.
Me tranquiliza, por otro lado (no sé cómo ni quiero entenderlo), la cadencia con que mi garganta expulsa flema de mi boca. Esta vez con ningún tipo de alimento haciéndole compañía.

Voy al lavabo, escupo, abro el grifo y, con el agua que sale armónica y se deshace de los residuos de mi gripe, me enjuago el rostro. Veo mis ojeras, sonrío; me detengo. Intento otra mueca. Y otra.
En una de ellas parezco un convicto: ¿de qué crímenes me acusa la vida?

Una nueva arcada; es señal de que tengo que irme. Busco las llaves del auto y recuerdo que están a 7000 kilómetros de distancia. Tendré que usar la bicicleta; no me cercioro si tiene las llantas infladas o si funcionan los frenos. Necesito salir rápido.

Otra arcada más y dejo la puerta sin llave. Me trepo y comienzo a pedalear.
¿Qué podrían robarme?
No tengo ya mucho por perder.

Sigo atrapado en mis pensamientos, al menos hasta que levanto la mirada y veo el nombre de una calle que no conozco; una calle que nunca pude visitar contigo.
Otra más, y ya siento el strogonoff que comí hace 1 hora. Comienzo a marearme, doy vuelta al manubrio y pedaleo lo más rápido que puedo.  Paso una intersección y me pita un tipo en una Ford F150 que va a más del límite (qué raro). Logro esquivarlo, pero el sonido de esa máquina infernal, me desconcierta, agrava mi mareo y termino en el piso.

Estiro los brazos y olvido el dolor que debo estar sintiendo por la caída.
Suspiro y siento cómo los gases gástricos suben por mi esófago;
se deslizan coquetos por mi laringe.
Ya los logro "apreciar" bailando en mi lengua.
Y finalmente...
No sale nada.

Por lo menos de mi boca.
De mis ojos, por el contrario, siento salir una sensación de calor que empapa mis mejillas. Palpo las lágrimas con mis manos llenas de tierra y polvo, y un humo superpone los límites de mi cara.

Rabia, desolación y silencio.
Mucho silencio y nadie va a socorrerme.
Nadie lo hará, porque nadie puede.

En ese instante, se activa al fin el reflujo (que ya había tardado): regresan a mí, todas las palabras que te dije de más o el recuerdo de aquel día que no te acompañe al cementerio a visitar a tu mamá. También regresa el tacto imaginario de las flores que no te di en nuestro primer aniversario y el de la última vez que tomé tu mano.

Estoy muy triste (enfermo también)
y al fin lo entiendo: sufro reflujo de ti.


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