Santa's little helper


Hace poco hablaba con una madre de familia, y conversamos sobre qué esperaba de sus hijos de cara al futuro. Me sorprendió cuándo llegamos al turno de la menor de sus hijas:

- Pues ella quiere ser la ayudante de Santa.
- ¿Qué? ¿Se refiere a una juguetera?
- No, ella va a guiar su trineo.
- No me diga que se llama Rodolfa - respondí entendiendo que me estaba jugando una broma.
La sorpresa fue tal cuando inexpresiva se tapó el rostro y suspiró.
Luego no sé de dónde se aguantó las ganas de lanzarme algún insulto y, en su lugar, sonrió.

¿Qué pasó después? Me invitó a su casa a tomarme un té para explicarme bien la historia. Se estaba haciendo ya tarde, cuando pidió al bus detenerse en la calle 4ta del centro de Madrid. Ya tenía su número y dirección, y antes de que se bajara prometí llevarle algo a la pequeña.
Supuse bien que la nena estaría ahí ese día. Luego me daría cuenta de que ella siempre estaba en lugar que más falta hacía.

Pasaron unas cuantas semanas sin saber de la señora y mientras más días marcaba en el calendario, mayor era la intensidad que daba a revisar mis mensajes por si me llegaba alguno que confirmara aquella cita.

No me vayan a mal entender, no estaba interesado en la señora (válgame Dios, quién sabe si era viuda o si el esposo era cinta negra en algún arte marcial). Realmente me intrigaba saber por qué el futuro de esa niña deparaba conducir un trineo junto al hombre favorito del imaginario infantil.

Por fin llegó el mensaje. Fue durante una tarde lluviosa. luego de la Universidad. Se acercaba la Navidad, yo vivía solo (había tocado el tema en nuestra plática del colectivo) y ella amablemente me invitó al último día de la posada que haría en su departamento.
Bastaba confirmar la hora, los otros detalles ya los conocía.

Me vestí casual, agarré la funda con los chocolates que iba a regalar a la pequeña y unos cuantos bocaditos para aportar a la hambruna general que seguro se formaría en esa reunión navideña. Ah, y el paraguas; estábamos en épocas invernales y en cualquier momento la lluvia me podía jugar una mala pasada. Luego salí a ver qué me depararía aquel encuentro.


El timbre de su portón era diferente: parecía del siglo pasado y tenía detalles barrocos (quizá). Lo analicé bien antes de por fin advertir mi presencia con él, tiempo en el que el sudor del ejercicio de los 4 pisos subidos no se notara tanto. Definitivamente, debía regresar a mi rutina de cardio.

- Elisa, hola - sonreí y me incliné para darle un abrazo cuando la puerta terminó de abrirse.
- Enrique, un gusto volver a verte. - dijo bajando la mirada y dándose cuenta de todo lo que llevaba conmigo- Oh, qué lindo paraguas.
Me reí mentalmente, a carcajadas, en verdad. Qué interesante, mujer.
Repito, no sentía ninguna atracción hacia ella.

Entramos y solté las bolsas a un costado de la puerta, acomodando el paraguas para luego sacar los presentes que traía conmigo.

- Para ti -dije entregando los bocaditos- y este es para ella - completé estaba vez extendiendo en mi mano los chocolates.
No sé qué pasó en ese momento, que casi emitió un grito, y se recostó en el mueble tapándose el rostro. En serio, creí que estaba llorando, pero luego me mostró el rostro y su rostro empapado. ¿La razón? una risotada sin control.

- Cariño - me dijo como una madre tratando de explicar algo elemental a un niño- mira para allá.

Y luego de hacer un sonido con su boca, ella apareció.
Una peludita de 4 patas, vestida como duende, que movía la cola más rápido que (la vergüenza no me permite hacer una comparación válida, pero era un movimiento muy rápido, la verdad).

- Esta pequeña es Mía, y es la más coqueta y linda de la familia. Ama su trajecito navideño, pero como Santa tiene restringidas algunas comidas, entre ellas...
- El chocolate -dije obviando mi vergüenza.
- Exacto

Creo que sonrojarme no ayudó en mi propósito de no mostrar pena por la confusión, porque de repente Elisa me tomó del brazo, se rió, me dio una palmadita en la espalda. Luego extendió su brazo y me señaló a Mía invitándome a acariciarla.

- Créeme, ella sí querría aceptar esos chocolates. Pero yo no soy tan alcahueta.
- ¿Qué haré con ellos? No me los aceptarán de vuelta en la tienda - dije en tono de broma mientras acariciaba a Mía.
- En serio, no te preocupes, tienes una excelente anécdota para recordar las próximas veces que vengas. Además con estos -señaló los chocolates- haré un postre de locos y te daré un poco la próxima vez que nos visites.
- ¿Solo un poco? - pregunté nuevamente en broma

Luego de mi lapsus comeditis, decidía concentrarme en Mía. En serio era hermosa: una dulzura en forma de Schnauzer. Podría haberme quedado con ella por mucho, mucho tiempo.
Era una terapia de paz: olvidé todos mis problemas de la universidad, no tomé en cuenta lo triste que era pasar una navidad lejos de los aquellos más cercanos.
Solamente pensé en que ella, en serio, estaba ahí para apoyarme y entendí porque esa pequeña era la ayudante favorita de Santa.

Me prometí compensarla y no tenía dudas de que recordaría que el chocolate no era la mejor forma de hacerlo.

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