Otro macha más al...


Puede que haya sido cuando tu mamá regaló tu juguete favorito.

O el día que el peluche con el que dormías quedó manco, todo por culpa de tu hermano (sí, ese que jodía la vida).

Quizá fue el día que viste discutir a tus padres por una situación que en tu pequeña cabecita no tenía sentido. O tal vez ese cumpleaños que tanto esperabas y en el que algo se salió del plan y conociste el valor de una decepción por vez primera.

No puedo saberlo. En verdad no,  no puedo imaginarme cuál fue ese momento cumbre de tu infancia en que no entendías por qué el pecho te apretaba con tanta fuerza, la respiración se te entrecortaba y comenzaste a llorar sin consuelo.

El peor momento de tu infancia, la primera raya al tigre que conocemos como vida.

El mío pasó hoy hace exactamente 11 años: el 6 de diciembre de 2006. Podría decir que comenzó antes, porque se trata de un proceso de dolor que terminó por explotar ese día, mes y medio después de que se soltara aquella bomba.

Hace 11 años, llegué a mi casa después de la escuela, saludé a mis abuelitos y de un momento a otro mi mamá se acercó a decirnos - a mí y a mi hermana- que la habían llamado a decir que Spot había sufrido un doble paro cardíaco, que me había quedado sin mi primer perrito después de solo haberlo podido conocer por 7 meses. La sensación, repito, es indescriptible y la cantidad de lágrimas derramadas no es posible calcularla. Un adiós, el primero, doloroso, porque mi inocencia y mi ilusión me hacían confiar en que saldría bien de la operación de su patita. Que pronto regresaría a casa, y jugaríamos y lo abrazaría y no lo soltaría hasta que mamá me mandara a la cama.


Todo comenzó con una caída estrepitosa en medio de un juego de niños (literalmente) y terminó con un abrazo de mis abuelitos (de los pocos que recuerdo, porque casi nunca los veo).

Sí, esa fue la primera raya al tigre o como yo la llamo: la primera mancha a una vida caótica.

Pero, aunque esta entrada tiene un matiz un poco oscuro, no puedo acabarla sin decirles que de ese dolor, de esa mancha, nace el plot twist más espléndido de mi infancia: Spot volvió en la forma de otro Fox Terrier. Y a pesar de que no creo en la reencarnación, la esencia de mi primer amigo estaba y sigue vibrando en quien considero un miembro más de mi familia, el que nunca falla, el que exige poco (una caricia, un abrazo) y te da a cambio la mejor de las compañías, el consuelo más poderoso.

 Algún día - a Spot- le llegará el momento de seguir el rumbo de su predecesor, pero los dos podremos asegurar que honramos el nombre de un grande, de un loco de 4 patas que vivió su vida alegrando a todos los que lo vieron y que tuvo como mayor mérito no dejar que un chico raro dejara de soñar.


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