Un sinónimo de alegría, pero de color amarillo


Recuerdo su mirada alegre, la misma siempre que me contaba esta historia. Una historia única en su clase, irrepetible: en definitiva, su historia.
Y créanme, con cada palabra repetida la atención no disminuía: su sinceridad daba magia al relato. Lo hacía algo cíclico, perfecto en su estructura.

Un 21 de marzo llegué a visitarla a Madrid, llevábamos un tiempo sin vernos y tenía que ponerme al día con ella. Así que me dijo que salieramos a caminar, no podía negarme ante el encanto de su palabra ni de las bellas calles de la capital española. 
Y sigo sintiéndome dichoso de que aquella noche que daba fin al invierno -nuestra primera noche juntos en su ciudad favorita-, me convirtiera también en el primer testigo de este relato.

 - Como sabes, ya son 3 meses desde que estoy acá. -dijo con su seriedad habitual.
- Sí, recuerdo que siempre quisiste independencia del mundo - le respondí con una sonrisa
- Y créeme, eran en serio, aunque te sigas burlando de mi frase.
Luego la miré a los ojos, le sonreí y quise abrazarla. 
Pero antes de proceder con el gesto, ella se detuvo y me pidió que nos sentáramos. 

Parecía tener otros planes.

Por lo general, odiaba sentarse en el piso, pero esta vez la vereda parecía un lugar cómodo para ella. 
Continuó su relato.

- Oye, ¿te acuerdas que tenía una manta favorita? 
- ¿La amarilla? Claro, me dijiste que la habías dejado en Guayaquil.
- Mira -y me mostró una foto de la manta sobre su cama. Estaba algo nerviosa y supe que tendría uno de sus arrebatos de felicidad. No iba a parar de hablar. 
- ¿Cómo? - la interrumpí descaradamente. - ¿Tu mamá no venía para Navidad?
- Ella no me la trajo, bobo.
¿Te ha visitado alguna otra persona que no sea yo?
Y levantándose me estiró la mano. Acepté el gesto y me puse de pie
- Me la trajo la única persona que sabe que a pesar de quiero independencia, nunca me ha dejado sola. Y que donde quiera que vaya, está ahí, para no dejar que me rinda. En cada examen, proyecto, pelea: él siempre ha estado, con su esencia, recordándome cuál es la mía. »

Luego la acompañé hasta el portal de su casa, y al despedirme le pedí una foto suya con la manta. Me sonrío y me dio el abrazo que yo tanto quería desde hace un rato.


No pasó ni un minuto 1 minuto y ahí estaba el bip del whatsapp, y una imagen que contaría esta historia mejor que 1000 palabras.»

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