Imaginarios

Voy tarde y para colmo no consigo parqueo cerca de la iglesia. Soy imposible. ahora no solo es seguro que llegaré con la misa comenzada sino que estaré sudado por todo lo que tendré que caminar. Prometo no hacer esto en mi boda. Bueno si es que ese día llega.

Me parqueo a 5 cuadras de la iglesia, camino rápido mirando al suelo porque sé que con la suerte que tengo ó piso alguna cochinada o me tropiezo y se me rompe el pantalón. 
No quiero llegar hecho un desastre... al menos no uno más grande.

Bajo el ritmo de mis pasos para no entrar al apuro a la capilla y llamar la atención. Me siento en el primer asiento que veo disponible y oigo las palabras del padre que invita a que escuchemos las lecturas. Me habré perdido unos 10 minutos, suficiente para que mis amigos se dieran cuenta de mi retraso; nada que un buen regalo no pueda arreglar. 

Parece que no soy el único con el ligero retraso: un grupo de amigas llega y hace el ruido necesario para distraer al lector y causar la molestia suficiente para que el sacerdote les clave una mirada nada indulgente. Son guapas: rubias, buen porte y contextura; de seguro muchos de los presentes las buscarán durante la fiesta. 

Quizá yo también lo habría hecho si una de aquellas chicas no se hubiera sentado en la banca que estaba diagonal a la mía, junto a una mujer cuya belleza no me siento capaz de describir, pues mi mente ya se ha puesto a imaginar toda mi vida junto a ella.



Comienzo a crear un imaginario.

Comienzo a crear un imaginario.
Uno en el que al final de la misa, me acerco a su silla evitando la presencia hostigosa de aquellas chicas, en el que le tocó el hombro con timidez y me pregunta con una sonrisa qué necesito y yo por miedo le digo que le he visto el reloj y quiero saber la hora. Ella me regala otra sonrisa luego de precisar la hora y yo me voy rumbo a la salida. 

Camino un paso, pero me detengo de golpe; no puedo perder esta oportunidad. Me volteo y la veo levantarse e ir rumbo al altar, la tomo del brazo y la retengo de un tirón. Vuelve a mostrar sorpresa, pero ahora no sonríe. Quedamos muy pegado y comienzo a balbucear, pero me lleno de valor y me confieso con ella como única testigo de lo que siento. 
Le digo que nunca había visto alguien destacar tanto sin querer llamar la atención, a una persona que sacara de sintonía al resto con una tranquilidad y una sencillez tan grandes. Que moría viéndola desde mi banca, y que pensé que una sonrisa suya bastaría, que una contacto con su piel me sería suficiente. Pero que ahora he quedado atrapado en su mirada.

Y luego, silencio. 

Y después del silencio, más silencio y una campana que anuncia una nueva hora. 
«Ahora son las 8, ya no las 7:55 como te había dicho» me dice y comienza a llorar. Pero está feliz,; anonadada pero feliz. Y no la puedo culpar.

Le pido que baile conmigo esta noche, que esté junto a mí hasta que el dj pare la música y nadie más aguante sus pies. Y le prometo que si después de eso no está segura, la dejaré ir. 
Y así lo hacemos, bailamos y disfruto cada paso que damos juntos, cada canción. Me despido con un beso luego de acordar un nuevo encuentro. 

Y así pasan los años y llega otro baile: el de la noche de nuestra boda (a la que no pude evitar llegar tarde). Agradezco a la vida haberme topado con ese par de ojos, acercarme a ese puesto y haber hecho la pregunta más trivial de todas a esa hermosa mujer a quien presentaría luego a mi madre y de la que pediría la mano a su padre. 

Lástima que todo esto haya sido tan solo otro imaginario y que al despertar de mi sueño, la misa haya acabado, mi amada estuviera por salir de la capilla y yo al perseguirla me haya topado con ese grupo de molestas chicas. 

Y que al librarme de ellas, esa mujer no fuera más que otra memoria incompleta.
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