Niñerías


Circunvaló por la Carlos Julio para evitar el tráfico de la 1 tan común en Guayaquil; lo ponía nervioso sentirse atascado, saberse uno más dentro de una ola inmensa de vehículos que se dirigían a puntos de la ciudad totalmente ajenos el uno del otro, pero que coincidían en un juego del destino en esa avenida. Bueno, más que el destino era la terrible planificación urbana. 
Le preocupaba estar al tanto de las distancias que separaban un chasis de otro, y tener que estar con todos los sentidos al 100, para no causar un accidente, un simple roce entre 2 autos que podría, ahora sí, provocar un colapso vehicular de varias horas. 

Y definitivamente, él no estaba para concentrarse. 

Él pensaba en Luciana: su foto en la guantera, el olor cítrico de su piel que había quedado impregnado en el asiento del copiloto. Su mano apoyada sobre la de él cada vez que la luz roja lo permitía. 

Él sentía a su amada.

Un claxon lo sacó de su letargo: cuatro conductores le dejaron claro con groserías que estaba obstucalizando el tránsito, que un semáforo era el lugar menos indicado para ponerse a pensar en la inmortalidad del cangrejo. Que eso era una niñería
En ese momento, con la luz verde aún tintineando, giró el volante todo lo que pudo hacia la derecha y lanzó el auto hacia esa dirección, sin importarle bloquear el paso de un Chevrolet Sail que con un frenazo evitó el desastre. 

Pero, para él, no había más desastre que el que estaba por darse en la Avenida de las Américas y que tenía como protagonistas no a 2 conductores ansiosos por no quedarse atascados en en el tráfico, sino a Luciana y un avión con dirección a Nueva York. 

Aparcó en la gasolinera, apagó el motor del auto, bajó la venta del conductor y vociferó algo en francés. Luego cerró la persiana, respiro hondo, dio un suspiro y pensó en que mañana tendría que explicar a su jefe por qué no llegó a la reunión con los inversores japoneses, y tenía claro que esa niñería le causaría una penalización, pero simplemente ya nada le importaba. 

Sacó el celular de su leva, y se le cayó debajo de los pedales, sus manos agitadas tenían el aspecto de la palanca de cambios al realizar el punto de fricción, los nervios lo estaban comiendo vivo como a aquel principiante que sube a una cuesta e implora porque el carro no se le apague.

Consiguió recuperar el celular, no sin antes golpear su dedo medio contra el embrague. Encontró el contacto que buscaba y comenzó a escribir. 1 párrafo, 2 párrafos, 3 párrafos, una confesión de amor, una disculpa llena de signos de exclamación, y se detuvo. Era ese tipos de niñerías las que lo habían puesto en esta posición: aparcado en una gasolinera, respirando agitado en un auto sin ventilación y a los más de 30 grados habituales en la ciudad. Por otro lado, el dedo medio ya había comenzado a punzar y una llamada era la forma idónea para evitar una inflamación consecuente. 

Sonó el dial y entró la llamada y eso le hizo creer que todo el tiempo perdido en sus niñerías aún era remediable, que no habría sido suficiente para perder a Luciana.

Contestaron y escuchó lágrimas al otro lado de la línea. Eso y el bullicio de la sala de espera del aeropuerto, que le confirmó que todo se dio en el tiempo justo. Que esta era su última oportunidad y no podría dejar que se le escapé en un avión. Ya estaba cansado de tanta niñería.

- Luciana, no más niñerías. Te amo.

Luciana colgó, se embarcó en vuelo F401 para nunca más regresar al país en el que conoció al amor de su vida, pero con destino a la ciudad en la que 4 años más tarde estaría frente a él vestida de novia.

- No más niñerías - dijo Luciana

Y con un beso confirmó esa promesa. 




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