El camino de Santiago


El camino de Santiago es una de las peregrinaciones más conocidas en el mundo. Esto se debe al largo recorrido que debe emprender el peregrino en su trayecto a Compostela: cerca de 1000 km; implica varios días de esfuerzo, abstinencias e incomodidades para lograr cumplir la experiencia hasta el último extremo y con el enriquecimiento propio de lo vivido.

Esta (la peregrinación) es de origen católico, y tiene como meta conectar, a través de un desprendimiento de lo cotidiano, al caminante con el ser supremo que de alguna forma preside el recorrido. 



En todo caso, pese a lo religioso asociado a la peregrinación, creo, firmemente, que fuera del ámbito espiritual, cada uno de nosotros recorre un camino de Santiago en su deseo de conseguir aquella meta personal o profesional que nos haga completamente felices. 

O al menos, yo lo hago.

Mi deseo de ser escritor surgió cuando tenía 15 años, tras un pelea con mi papá que terminó en una carta en la que expresaba mi profundo y sincero perdón y en la que cada palabra salió disparada con fuego, llena de una chispa de libertad y un sentimiento de paz. 


Todo esa magia que tiene la escritura, que quienes la practican ya conocen.

Sí, mi deseo de ser escritor comenzó hace ya casi 5 años, pero mi camino no lo había hecho hasta hace unos pocos meses. 

Me explico: me había subido a F1 último modelo; había hecho pruebas de velocidad y hasta había revisado y ajustado cualquier pormenor de la maquinaria, pero no arrancaba. 
Miraba soñador el horizonte y anhelaba llegar a la meta y convertirme en un gran escritor, pero a duras penas era un amateur. 
No me atrevía a meter primera y arrancar por miedo a dañar un vehículo solamente protegido por fantasías y promesas vacías. 
Me daba miedo desilusionarme y que cualquier pinchazo me llevase de vuelta a la realidad: "quizá esto no sea para ti. Siempre puedes regresar a los números."
No podía arriesgarme a salir de la burbuja.

Lo que no entendía era que estaba destinado a perder el 100% de las carreras que no corriera.

Pero todo hizo clic después de una puteada. Sí, luego de un sermón que denunciaba una carrera destinada al fracaso y aún peor a la mediocridad. Las cosas no debían seguir de esa forma.

Y así comenzó mi camino; había iniciado el camino de Santiago. Y caí en la cuenta de que tal vez no era conveniente iniciarlo en un F1, porque un artista debe entender que hay que ver el mundo desde todas las perspectivas y ángulos posibles para disfrutar de sus historias, y eso se hace estando cerca de todos, yendo al ritmo de lo cotidiano.
No es sencillo, obvio, porque aunque nos cueste admitirlo, caemos en ese juego infantil de creernos los rockstars, de sentirnos especiales solo porque practicamos algo ajeno a lo común denominador.
Porque ser aristas es ser especiales.

Otra razón para bajarme del auto de carreras fue, precisamente, eso: entender que esto no era, es, ni será una competencia. Que los artistas colaboran entre sí, no se destruyen unos a otros; por más ingenuo que suene, esa teoría será una de mis banderas hasta que llegue al Compostela de mis textos.



Con todo, quiero decirles que Santiago es uno de los muchos caminos que he de recorrer para conseguir el siempre tan incierto triunfo en una carrera artística. 

Serán noches eternas en vela, días enteros con bloqueos creativos que me llevarán hasta el límite. Será desprenderse de todos esos vicios que roban tiempo a la lectura y la escritura. 
Será dormir menos, esforzarse más y tontear menos. 

Pero también será arriesgarse más, experimentar más, vivir más. 
En fin, ser más.

No sé cuándo concluya el camino de Santiago, pero seguro se los haré saber; no duden que la próxima vez que toque el tema será con una carta de agradecimiento.






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